Hace algún tiempo ya, la organización de las carreras comenzó como parte de las fiestas patronales de los pueblos. Estas fiestas consistían en verbenas, ferias, procesiones del Santo Patrono, puestos de antojitos y carreras de un punto a otro del pueblo o a su alrededor; los premios eran trofeos para los primeros lugares y una buena comilona, precisamente de mole (de allí su nombre), en las que no faltaba una buena cantidad de cervezas y pulque.
El ánimo por hacer una fiesta mejor que la del pueblo vecino contribuyó a que muchas carreras de este tipo tuvieran buena acogida; entonces, los premios y los lugares premiados se fueron incrementado paulatinamente, así como el número de corredores participantes: al principio se premiaba a los tres primeros lugares y se les daban trofeos, luego más lugares fueron los premiados y los premios consistieron en enseres domésticos como radios, licuadoras, planchas, etc., más tarde estufas, televisores, incluso refrigeradores, hasta que casi fue imposible cargar con toda una “mueblería para la premiación”. La solución fue dar los premios en efectivo.
Con el tiempo, poco a poco se fueron “montando” los políticos y empresarios que vieron en ellas la oportunidad de ver acrecentada su imagen ante los votantes o posibles clientes de sus productos.
Si hasta entonces se reunía cuando mucho un centenar de competidores, el auge de las carreras hizo que el número se incrementara considerablemente y con ello la calidad de los mismos. Al poco tiempo esto se convirtió en un modus vivendi para quienes, dada su calidad, aspiraban a vivir cómodamente con los “ingresos” si se estaba dispuesto a viajar de pueblo en pueblo cada semana en aras de obtener la mayor cantidad de triunfos posible. Con el correr de los años, estas bolsas llegaron a ser tan atractivas, que fueron dándole oportunidad a los corredores de élite de poder viajar al extranjero donde no solamente había premios bastante jugosos también, sino pagados en dólares.
Así fue como la cadena fue tejiéndose: habiendo dinero, se incrementaba la cantidad y calidad de los atletas; la calidad y la cantidad abrieron las puertas de los escenarios mundiales, lo que trajo, a su vez, nuevamente mayor calidad y cantidad y, al rato, ya se hablaba de México como una potencia de corredores de fondo.
Sin embargo, con el tiempo, los organizadores de carreras se dieron cuenta que para ellos también podría representar un negocio la organización de las mismas. Así pues, comenzaron a cobrar por sus servicios primero, y luego a organizarlas ellos mismos por cuenta propia. Y lo que antaño se conocieron como carreras moleras, ahora han derivado en competencias masivas donde lo importante es el número de corredores que puedan pagar su cuota de inscripción y a quienes se les ofrece un excelente servicio: chips para tiempos personalizados, recorridos atractivos con suficiente abastecimiento, baños, guardarropa, playeras conmemorativas, medallas por participación, que cinco, diez o veinte mil gentes agradecen porque de esos cinco, diez o veinte mil personas ninguna aspiraría a ganar y sí a pasar un rato ameno algún domingo, hacer ejercicio y mejorar su tiempo personal en una distancia bien medida y certificada.
Todo esto tiene su lado bueno, pero también su lado negativo. La carrera en México se ha masificado en detrimento de la calidad de quienes pudieran, en un momento dado, representar a México en certámenes internacionales por carecer de ese “apoyo” que significaban los premios en efectivo.
Es cierto, no son los organizadores de las carreras “por negocio” quienes están obligados a ver por la “calidad” del corredor. Sin embargo, sí podrían hacer algo en correspondencia por lo bien que les va al echarse un buen billete a la bolsa, gracias al gusto del mexicano por correr.
Por ejemplo, podrían otorgarse becas anuales, pagaderas mensualmente, a las categorías juveniles para que los ganadores tuvieran un seguimiento y no tuvieran que pararse por falta de recursos económicos. No es necesario para esto que se destinen grandes cantidades y sí lo suficiente para gastos de transporte, útiles escolares y ropa.
Así mismo, se podrían tramitar estas becas con los patrocinadores o con instituciones educativas particulares (con el lema “adopte un atleta”) que incorporaran a estos jóvenes por sus capacidades deportivas independientemente de sus calificaciones, como se hace en otros países desde siempre.
Éstas, por supuesto, son un par de ideas solamente, pero, con toda seguridad, el ingenio de quienes estuvieran interesados en canalizar parte de sus ganancias en favor de incrementar la calidad del atletismo, los haría encontrar muchas más alternativas y formas de contribuir, por qué no, a formar a aquellos atletas que tal vez un día pudieran darle una medalla olímpica a nuestro país.
Por último, habría que considerar que las cuotas de inscripción para las carreras se han incrementado tanto, que tienden, si no es que ya lo han hecho, a marginar a mucha gente que no pude pagarlas. No vaya a ser que luego, como en todo donde el factor dinero es determinante, llegue a haber corredores privilegiados o VIP y corredores pobres y marginados.
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